Mis experiencias con papá (2)

La clases del curso ’55-’56 comenzaban a los cuatro días de haber llegado a Caracas, por lo que papá consideró que lo más adecuado era ir directamente al colegio para ver si me aceptaban sin haber hecho la convalidación de estudios.

Nos recibió el Hermano Gerardo, entonces director del Colegio De La Salle de Tienda Honda, papá le explicó que yo venía de estudiar con los Hnos. De La Salle en Cuba y que él mismo era antiguo alumno De La Salle en Francia y Hong Kong. La sintonía entre los dos se produjo de inmediato, no poniéndole objeción alguna a que ingresara en el colegio, incluso sugirió, de acuerdo con las notas que llevé desde Cuba, el curso que debía seguir. Nos pidió que tramitáramos la convalidación lo antes posible y nos advirtió que lo más seguro era que me hicieran revalidar las materias patrias del curso anterior y que las tendría que presentar antes que las materias correspondientes del curso que iba a iniciar.

El primer día de clase dejé de ser “gallego” (así me llamaban en Cuba los compañeros) para comenzar a ser “el cubanito”, apodo que me pusieron los compañeros de clase cuando contesté, con acento cubano, la pregunta de sondeos de conocimiento que nos hacía el profesor de literatura (Lorenzo Fernández que posteriormente fue candidato a la presidencia por Copey).

Teníamos horario corrido hasta la 1:00h, y al salir de clases caminaba hasta la esquina de Ferrenquin donde papá me esperaba para salir a comer.

 Comíamos en la “Pensión Guecho” regentada por un vasco corpulento que admiraba a papá, como la mayoría de los demás comensales, que en su mayoría eran trabajadores recién inmigrados que vivían en la pensión y que a menudo recurrían a papá como la última palabra para solucionar las dudas que surgían en las conversaciones entre ellos… una especie de enciclopedia viva. Por la noche cenábamos en el bar que estaba debajo de casa en el mismo edificio Ferrenquin, donde el dueño, un isleño, siempre nos preparaba huevos a la cubana. También este señor comentaba todo con papá, a veces en voz baja para que no les oyeran el tema.

Papá no era extrovertido pero si muy amigable, estaba muy bien considerado en el lugar y a mí se me hizo muy agradable la entrada en Venezuela.

Después de cenar, Papá y Pepe tenían la costumbre de caminar (cuando llegué me incorporé y Pepe, con sus estudios y amigos, cada vez venía menos), caminábamos por toda la Av. Andrés Bello, desde la esquina de Ferrenquin hasta la iglesia de Chiquinquirá, que comenzaba a construirse, aproximadamente tres kilómetros y medio de ida y otros tantos de vuelta, en total poco menos de dos horas de caminata diarias. En estas caminatas papá explicaba y contaba muchas cosas que con el tiempo, poco a poco me fueron haciendo sentido.

Muchos años después, incluso después de haber muerto papá, comencé a recordar y tratar de reconstruir algunas de las historias que papá contaba en las caminatas por la Av. Andrés Bello.

Sus estudios en Navarra, las duchas con agua fría incluso en el invierno… su paso por Francia, explicando cómo les enseñaban la utilización de herramientas… sus anécdotas en Hong Kong, los deportes, los compañeros multinacionales, el descubrimiento de la cultura china, en especial la cocina… su regreso a Manila, sus amigos, el Casino Español, las locuras que, junto con tío Emilio, cometían con su Nash descapotable… su entusiasmo por una muchacha judía, el disgusto de su madre… su viaje de negocios (compraba para los ultramarinos familiares) a Europa pasando por España y el cambio que supuso en su vida el enamorarse de una española…

También hablaba de su “viaje interior”, desde la rígida y austera religiosidad navarra de la abuela Julia, pasando por el descubrimiento en Francia del pensamiento social de la iglesia, de los maestros orientales en Hong Kong y de sus lecturas sin límite hasta la posición en la que se encontraba en ese momento… que defendía con vehemencia y tono polémico buscando argumentos en contra para poder rebatirlos y quizás cambiar, modificar o reafirmarse en su posición.  A papá le costaba preguntar humildemente. Cuando quería saber algo, para lograrlo, en vez de preguntar polemizaba con las afirmaciones que oía y le llamaban la atención, esperaba que la otra persona profundizase en sus argumentos y así le explicaba lo que quería saber. Esta forma de confrontar opiniones, creó en mi el hábito de preparar mis argumentaciones internamente hasta que para mí tengan sentido y entonces exponerlas… aunque con frecuencia la pasión del debate me impide organizarme mentalmente.

Precisamente fue en el curso de estas conversaciones que contó cómo los jóvenes de su época en Manila tenían como meta vivir en España, condición de la que él no se excluía. Pienso que precisamente fue esta una de las motivaciones determinantes que le llevó a trasladarse con toda la familia a España a finales de la guerra civil.

Fue también en el curso de estas conversaciones que aprendí e hice míos sus criterios sobre el respeto a las individualidades, su fidelidad al compromiso y sus criterios sobre las mujeres, advirtiéndome lo cuidadoso que había que ser para no ser causa de frustraciones.

Pero sin lugar a dudas sus temas favoritos eran los temas recogidos en su libro, siempre actualizable, “Nova Era”. En él propone un sistema económico, social y político para una mejor convivencia entre las personas. Toca todos los aspectos de la vida y siempre que se comentaba algún abuso, injusticia, o cualquier otra deficiencia social, él concluía con: “Por eso en Nova Era propongo…” y explicaba prolijamente su solución.

Bueno… aquel año y pico fue muy intenso… pero lo seguiré contando en la próxima entrega.